11 marzo 2014

Ofelia, mi dulce Ofelia.


¿Conocéis el mito de Ofelia, aquella muchacha de “Hamlet” que tras una vida de aparente perfección decidió cometer suicidio?  Puede que yo naciera siglos-muchos siglos- más tarde, puede que ni siquiera seamos del mismo país -Ella era inglesa y yo, española- pero aún así la conocí.
La Ofelia que yo conocí era una muchacha especial, eso saltaba a la vista, su piel de porcelana, sus excéntricas vestimentas y actitud arrolladora contrastaba con la morocha y sosegada belleza mediterránea; era de esa clase de persona que podía o no simpatizarte pero que  jamás te era indiferente.
A ojos de los demás la vida de Ofelia era, cuanto menos, idílica: Tenía belleza, cultura, encanto e inteligencia y sabía como aprovecharlo para obtener lo que deseaba sin tener que recurrir al oro, aunque este no faltase en su vida.
Aquella joven se jactaba de una vida pública, sin tapujos, y no se negaba ningún placer que la vida le brindase, no rechazaba ninguna experiencia que considerase interesante (fuera social o sexual) pues, para ella, jamás podrías saber cuándo morirías.  Todo un ejemplo de carpe diem ¿no os parece?
Todo ello provocaba, como es habitual, rechazo a las personas a su alrededor: conservadores de todos los ámbitos sociales repudiaban de ella, la acusaban de libertinaje y la tachaban por sus gustos estéticos –tampoco es de extrañar, si pensamos que nos encontramos en pleno siglo XXI donde hombres y mujeres son juzgados diariamente por su apariencia-. Solo unos pocos, muy pocos, aceptábamos a Ofelia como era: Bella, arrogante, única… y rota.
¿Rota? Sí, rota, porque como dije antes la visión que os he mostrado no es más que “a ojos de los demás”, la realidad era muy distinta: Nadie niega que la diosa Fortuna brindó a mi dulce Ofelia con riquezas y conocimiento pero, para aquellos que no lo sepáis, la diosa Fortuna es muy caprichosa y disfruta jugando al azar, aunque eso sea nefasto para nosotros los mortales.
La vida de Ofelia –la de verdad, no la que se comparte en la red pública- era caótica e inestable, su familia estaba rota y esta lo compensaba con caprichos a cambio del silencio de nuestra protagonista, su vida iba a la deriva y había vivido tan rápido que sentía que no tenía más por lo que vivir. Ante tal decadencia Ofelia, como hizo la de Shakespeare, buscó el orden en la perfección pero en este caso fue la perfección artística. Ofelia se consagró al arte y lo llevo a su máximo exponente, el arte se volvió parte de su vida, lo reflejaba en su cuarto, en su forma tan romántica de ver el mundo, en sus prendas; Ella misma era arte.

Desearía decir que esta Ofelia si sobrevivió en su búsqueda de la perfección pero no fue así, cuando el arte no fue suficiente, ella empezó a obsesionarse, a deprimirse, incluso a herirse por sentirse indigna de la perfección. Hasta que, un día, como lo hizo una vez en “Hamlet”, Ofelia se ahogó en ella misma dejando tras de sí un imagen sin igual: hermosa, imperturbable e imperecedera en el tiempo.
Muchos de los que la insultaron lloraron, como hipócritas que eran, la muerte de alguien que en realidad jamás conocieron para después decir sin remordimientos  “Se aburrió de la vida”, “las personas como ella no duran en este mundo” y alguna que otra  falacia a la que decidí no prestar atención.
Porque unos pocos, muy pocos, supimos la verdad sobre Ofelia.

7 comentarios:

  1. Querida Seelie:
    Viniendo de alguien como tú es un autentico cumplido >u<.

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  2. Qué bonito T^T
    Me encanta ese cuadro.

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    1. Querida Kalí:
      Este relato es para un concurso de mi instituto :3

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  3. que gran relato =D


    xing-queen.blogspot.com

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    1. Querida Lizzy:
      Muchas gracias, simepre es chachi tener caras nuevas >u<

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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