¿Conocéis el mito de Ofelia, aquella muchacha de “Hamlet” que tras una vida de
aparente perfección decidió cometer suicidio? Puede que yo naciera siglos-muchos siglos- más
tarde, puede que ni siquiera seamos del mismo país -Ella era inglesa y yo,
española- pero aún así la conocí.
La Ofelia que yo conocí era una muchacha especial, eso saltaba a la vista, su piel
de porcelana, sus excéntricas vestimentas y actitud arrolladora contrastaba con
la morocha y sosegada belleza mediterránea; era de esa clase de persona que
podía o no simpatizarte pero que jamás
te era indiferente.
A
ojos de los demás la vida de Ofelia era, cuanto menos, idílica: Tenía belleza, cultura,
encanto e inteligencia y sabía como aprovecharlo para obtener lo que deseaba sin
tener que recurrir al oro, aunque este no faltase en su vida.
Aquella
joven se jactaba de una vida pública, sin tapujos, y no se negaba ningún placer
que la vida le brindase, no rechazaba ninguna experiencia que considerase interesante
(fuera social o sexual) pues, para ella, jamás podrías saber cuándo morirías. Todo un ejemplo de carpe diem ¿no os parece?
Todo
ello provocaba, como es habitual, rechazo a las personas a su alrededor:
conservadores de todos los ámbitos sociales repudiaban de ella, la acusaban de
libertinaje y la tachaban por sus gustos estéticos –tampoco es de extrañar, si
pensamos que nos encontramos en pleno siglo XXI donde hombres y mujeres son
juzgados diariamente por su apariencia-. Solo unos pocos, muy pocos, aceptábamos
a Ofelia como era: Bella, arrogante, única… y rota.
¿Rota?
Sí, rota, porque como dije antes la visión que os he mostrado no es más que “a
ojos de los demás”, la realidad era muy distinta: Nadie niega que la diosa
Fortuna brindó a mi dulce Ofelia con riquezas y conocimiento pero, para
aquellos que no lo sepáis, la diosa Fortuna es muy caprichosa y disfruta
jugando al azar, aunque eso sea nefasto para nosotros los mortales.
La
vida de Ofelia –la de verdad, no la que se comparte
en la red pública- era caótica e
inestable, su familia estaba rota y esta lo compensaba con caprichos a cambio
del silencio de nuestra protagonista, su vida iba a la deriva y había vivido
tan rápido que sentía que no tenía más por lo que vivir. Ante tal decadencia
Ofelia, como hizo la de Shakespeare, buscó el orden en la perfección pero en
este caso fue la perfección artística. Ofelia se consagró al arte y lo llevo a
su máximo exponente, el arte se volvió parte de su vida, lo reflejaba en su
cuarto, en su forma tan romántica de ver el mundo, en sus prendas; Ella misma
era arte.
Desearía decir que esta Ofelia si sobrevivió en su búsqueda de la perfección
pero no fue así, cuando el arte no fue suficiente, ella empezó a obsesionarse,
a deprimirse, incluso a herirse por sentirse indigna de la perfección. Hasta
que, un día, como lo hizo una vez en “Hamlet”, Ofelia se ahogó en ella misma dejando
tras de sí un imagen sin igual: hermosa, imperturbable e imperecedera en el
tiempo.
Muchos de los que la insultaron lloraron, como hipócritas que eran, la muerte de
alguien que en realidad jamás conocieron para después decir sin
remordimientos “Se aburrió de la vida”, “las
personas como ella no duran en este mundo” y alguna que otra falacia a la que decidí no prestar atención.
Porque unos pocos, muy pocos, supimos la verdad
sobre Ofelia.